viernes, 26 de octubre de 2007


INDUSTRIA CULTURAL: CAPITALISMO Y LEGITIMACIÓN.



Es en el nazismo es donde se develan los interés reales del capitalismo, ya que pone al descubierto su textura política, y cultural, visualizándose como estos elementos tienden a resquebrajar casi en su totalidad, por lo que la crítica humanista se redimensiona como lugar estratégico de la cultura.



Esta crítica se hace desde el punto de vista sociológico, emancipando la sensibilidad humana, el sentir emocional que tiene lugar en el sujeto, trastocando el ser intimo que yace en el hombre y que ante la frialdad del nazismo, del poder hegemónico y del capitalismo, se desvirtúa y tiende a ser subyugado. Es así como las posturas analíticas de pensadores como Horkheimer, de Adorno, de Benjamín esta posición “toca fondo”[1].



Esta reflexión dada por estos pensadores, pone de manifiesto como, y según lo evidencia Barbero, “los procesos de masificación van a ser por primera vez pensados no como sustitutivos, sino como constitutivos de la conflictividad humana.”[2] El acontecer del ser humano se determina en esta instancia de la historia como un proceso dado por el transcurso de industrialización mercantilizadora, que tiene lugar en el momento nazista y de la post- guerra, por lo que para el pensador se hace necesario indagar y cuestionar sobre el trasfondo humano, lo que se oscurece en el presentarse capitalista, la sed de poder económico. Por lo que la problemática social y por ende cultural se convierte en núcleo central de análisis. Para ello se plantea en la escuela de frankfut, partir de lo referenciado en los medios de comunicación existentes en la época y lo sitúa en el centro del debate filosófico, en otras palabras, cuestionan la cultura, la realidad humana, lo que se conoce como una praxis filosófica.



El pensamiento de Adorno y Horkheimer, están en continua tensión con las formas de la cultura, con las totalidades de aquello que se nombra como masa, la reflexión filosófica se busca en estos horizontes, los diversos sentidos que tiene la cultura capitalista, en las actividades industrializadas que se generan en el momento, y la adhesión del sujeto a estos procesos. Los pensadores de la escuela de Frankfurt, se plantean la crítica reflexiva en cuanto al desplazamiento del hombre, no como un mudar de lugar o de sitio sino en el giro que se hace desde y en el interior de la masa, haciendo posible el estudio de los sujetos desde sus relaciones sociales que legitiman el proceso de masificación. Por lo que no queda duda de que a través de dicha reflexión, los pensadores intentan comprender la función de lo móvil y ambiguo de la cultura capitalista, sus preceptos, intervenciones subjetivas y sociales, queriendo de esta manera comprender conceptualmente el acontecimiento esquemático del contexto de aquella época.



El contexto ilustrado por Adorno y Horkheimer, se piensa como lo propone Barbero desde la dialéctica histórica que arranca de la razón ilustrada y desemboca en la irracionalidad que articula totalismo político y masificación cultural como las dos caras de una misma dinámica[3].



Dinámica en la que cohesionan las vertientes humanas, perdiéndose el sentido de la vida y del hombre mismo, donde las cosas se tornan absurdas y vacías, el hombre de la post- guerra se siente adherido a un sistema que no le ofrece una calidad de vida positivo para sí mimo. Que no le ofrece la posibilidad de para sentirse placido con su vida. Tras la dispersión y diversificación de los contenidos culturales el sujeto se siente perdido, el sentir humano se suple por la imbricación entre la producción de cosas y producción de necesidades, por lo que la unidad del sistema se da en la medida en que se redimensiona la cultura de acuerdo al enfoque de la producción en serie, en la sucesión automática ordenada. Producción continua, y constante, el hombre maquinizado, explotado, esclavo del sistema, que a su vez se le genera necesidades, convirtiéndose este sistema en el creador de un hombre productor para beneficio del sistema mismo y producto de dicho sistema.



El problema de esta nueva visión de la cultura radica en que la materialización a la que ha caído el hombre, perdiendo su placer de la vida, en cuanto no suple las necesidades materiales que le ha producido el sistema, el deseo de vivir se dilapida en la medida en que el hombre necesita producir cada vez más productos, para generar ingresos económicos, y de esta manera satisfacer las necesidades materiales, y dicho consumo, conlleva por lo tanto a lucrar el sistema y sus fuerzas de poder.



Estas fuerzas hacen uso de la masificación de los medios de comunicación, poniendo como ejemplo el cine, para subyugar al hombre y crearle un mundo de posibilidades en las que se representa la realidad, ya que conllevan al hombre a tener una visión de su entorno desde las imágenes implícitas en el cine, identificándose con dicha realidad, pero sin permitirse pensarla por sí mismo, y por ende moverse desde sus pensar, sino desde lo dado en la imagen. “el filme no deja a la fantasía ni al pensar de los espectadores dimensión alguna en la que puedan moverse por su propia cuenta con lo que adiestra a sus victimas para identificarlo inmediatamente con la realidad.”[4] El hombre se sumergen en el poder de la imagen, ensueña el mundo de lo visto, por lo que se ve afectado por lo contenido en el filme. Hechos estos que aprovecha las mencionadas fuerzas del poder para dominar al sujeto, atrapar en grandes barrotes su razón y delimitarle el poder de decidir, de pensar, y por lo tanto de ser.



Estos elementos desencadenan en lo llamado por Barbero, la degradación de la cultura en industria de la diversión[5], en la que Adorno y Horkheimer, perciben como el capitalismo articula los dispositivos de ocio a los de trabajo y como el uno se homogeniza en el otro, confluyen tanto el ocio, como el trabajo hacia un mismo fin. Banalizando en palabras de Barbero, hasta el sufrimiento en una lenta muerte de lo trágico, esto es: de la capacidad de estremecimiento y rebelión.[6] El hombre se abandona a la miseria de lo banal, para suplir sus sentimientos, para alumbrar su vida inhumana aunque sea tras la pantalla, para vivir en el onirismo de la imagen, aquellas cosas que por estar sumergido en la industria tras el corre, corre de la producción, no puede vivir. No obstante son estos hechos los que conllevan a hacer del arte también una industria desublimanda, tras la incursión del mercantilismo. Lo que se constituye así en un paso más para desemancipar al sujeto, a la sed de ingresos económicos y a por ende al consumo desmedido, beneficiándose no el sujeto en sí, sino el poder hegemónico de la sociedad que le domina.



Es así como el arte se libera de los juicios morales, del ambito de lo sagrado, se independiza de la bizantinisación opresora, subvención lograda tras la autonomía que el mercado le posibilita, quedando el arte anclado al presupuesto de la economía mercantil. Ya que el precio que debe pagar el arte para mantener su independencia esta delimitado por esta paradójica inclusión capitalista en el arte.



El arte se vuelve mercancía, se aleja de la manifestación de la vida del sujeto, de su poder de creación , de su poder de darle sentido a las cosas desde lo que subyace en este sujeto, llegando el momento en que el arte ya no trasciende en las esferas de lo imposible, de lo fantástico, de lo pueril, de lo dado a unos cuantos. El arte se incorpora en el sistema como un bien cultural, bien al que todo individuo puede acceder, siendo un objeto más para el hombre, quedando en recuerdos el poder que tenia el creador artístico, como dador de sentido de la vida desde su creación, cayendo el arte el la mimesis de la realidad, en postulados sofísticos de la verdad.



El arte sobreviene al lugar donde es generado, a las fuentes donde el autor para crear su obra hallo inspiración. “Lo que parece decadencia de la cultura es su puro llegar así misma.” [7] obedeciendo de esta manera al pedido del consumidor, el pueblo, quien demanda un arte más realista, en el que los significados de la obra estén dirigidos a poner en evidencia las experiencias del pueblo, su sentir natural, sin exagerarlo, ni suavizarlo. Sin embargo para Adorno se hace inconcebible la existencia de una pluralidad de experiencias estéticas, en el que el arte es despojado de su sublimación y es puesto ante el pueblo, y para el pueblo. Ente este, como lo expresa barbero, para el cual el arte se vuelve en el único acceso a la verdad de la sociedad.[8]



En Adorno el arte debe alejarse de ese sentir “goce”, pues el goce lo cohesiona y le lleva a extraviarse de la verdadera sustancia estética. El arte es experiencia, es vivencia, el artista devela su subjetividad en su obra, se desnuda en su creación, por lo que para Adorno el goce se torna un sentir de hombres triviales, por lo que debe ser demolido el concepto de “goce artístico.”[9]



Goce que es necesario para el pueblo, como consumidor activo del arte, por lo que se desvirtúa verdad del arte y parece estar subyugado a las peticiones de los consumidores. Para Adorno esto es un efecto negativo por lo que visualiza la necesidad de imponer la negación como único medio para el arte expresar lo inexpresable: la utopía.[10] Dando de esta manera las pautas para diferenciar lo que es arte y lo que es pastiche, en el cual se imita y se plagia el sentir del artista para combinarlos con elementos vulgares, que tienden a activar el sentir de las masas porque representa y pone de manifiesto el acontecer humano sus vivencias, diferenciándose del arte verdadero en la medida en que este pone en conmoción al hombre, le cuestiona, le indaga, y el pastiche, sólo le divierte, le subordina bajo la dimensión del goce y el placer.



Para el verdadero arte es necesaria la sensación de extrañamiento que se enseñorea en la estética, porque es lo que le permite al hombre pensar, preguntar, interpretar y analizar la obra. El extrañamiento es la condición básica para su autonomía[11]. Por lo que al vincularse con el pastiche, con las fuerzas plebeyas se desintegra el arte. Se pierde su esencia de pureza para volcarse hacia la falacia el sarcasmo, haciendo de la sensibilidad creadora, una aliada de la vulgaridad.









[1] MARTÍN BARBERO, Jesús, de los medios a las mediaciones, pp. 51



[2] IBID, PP. 51



[3] Ibidem, pp, 53



[4] Ibidem, pp, 54. Cita tomada por Barbero de Th. W. Adorno, Dialéctica del iluminismo, pp, 153.



[5] Ibidem, pp, 55.



[6] Ibidem, pp, 55



[7] Ibidem, pp. 57. Tomado por Barbero de Dialéctica del iluminismo, pp. 170.



[8] Ibidem, pp. 59.



[9] Ibidem, pp. 58.



[10] Ibidem, pp. 60.



[11] Ibidem, pp. 60








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