jueves, 22 de noviembre de 2007

La decadencia de los dragones



LA DECADENCIA DE LOS DRAGONES Chesterton escribió que la diferencia que hay entre la edad antigua y la moderna, es la diferencia entre una edad que lucha con dragones y una edad que lucha con microbios. ¿Será ver­dad que en la antigüedad temamos imaginación y podíamos creer en ella, mientras que en la actualidad sólo tenemos eviden­cias de un mundo que ha perdido su prestigio y su magia? Creo que la imaginación humana no ha perdido su vigor, pero sí ha cambiado sus temas y sus símbolos. Ese siglo tremendo que aca­ba de irse abundó en obras fantásticas y en creadores asombro­sos, y pretender agotada nuestra imaginación sólo evidenciaría que carecemos de ella; pero, al menos en las artes y en las creen­cias populares, mucho se ha modificado en los últimos tiempos.

Me parece advertir que las grandes creaciones fantásticas de la humanidad corresponden a épocas en que primaba una cosmología compartida. En la antigüedad las sociedades vivían y creaban colectivamente, en tanto que en la nuestra predomi­na lo individual. Las grandes mitologías fueron fruto de la sen­sibilidad unánime de los pueblos, y también lo fueron las más ilustres formas de la fantasía. Dioses, monstruos, prodigios y criaturas fantásticas, corresponden a creencias colectivas, y su­ponen un acuerdo profundo entre los miembros de una comu­nidad. Que tantos pueblos aislados unos de otros concibieran dioses semejantes, creyeran en la magia de los bosques, en el
poder de los anillos, las lámparas y las espadas, e inventaran ra­siones mágicas de hombres y animales, revela que todo ello co­rresponde a verdades muy prorandas e intemporales de la espe­cie. La edad del triunfo del individuo no equivale a la muerte de la imaginación, pero sí a un cambio en el espíritu de esas creaciones. Yo diría que nuestra imaginación se ha hecho me­nos inocente, menos espontánea y, si se quiere, más intelectual. Los grandes creadores contemporáneos de obras fantásticas suelen ser hombres de mentalidad filosófica como Edgar Alian Poe, como Jorge Luis Borges, como Franz Kafka, o como la le­gión innumerable de autores de ciencia ficción. Es como si ya nos resultara difícil soñar sin la ayuda del pensamiento, de la ciencia, de la información, y quienes persisten en la invención de universos semejantes a los de la mitología clásica, en tejer va­riaciones sobre el viejo mundo de los dragones, los gnomos y los objetos mágicos, como Tolkien en El señor de los anillos, tienden a ser relegados al ámbito subalterno de los autores para niños, y la suya tiende a verse como una literatura ingenua o pueril. Es difícil encontrar en la historia una edad que haya cam­biado tanto su entorno como la nuestra. A mediados del siglo XIX, el mundo no difería substancialmente de lo que había sido durante siglos, los hombres todavía se desplazaban a la veloci­dad de los caballos y del viento, y lo que caracterizaba el proce­so de la historia humana era una suerte de laboriosa lentitud. Su impulso lo dictaban el comercio y la guerra, el ritmo de avance de las velas fenicias y de las cabalgatas napoleónicas, de los co­rreos incas y de las hordas de Gengis Kahn. A partir de la revo­lución industrial, los motores entraron en la historia. Los tre­nes devoraron las distancias e invadieron también las obras de arte, y resulta inconcebible, por ejemplo, el mundo de Dostoiev-ski, sin esos trenes silbando por las llanuras rusas y sin esos prín­cipes neurasténicos y arruinados que conversan en sus vagones con funcionarios estatales y viajantes de comercio.

A comienzos del siglo XX nuevos medios de transporte mo­dificaron, para bien y para mal, nuestra relación con el espacio físico. Antes, como todavía lo recomendaba Fernando Gonzá­lez hace 70 años, era concebible un viaje a pie de una ciudad a otra, o a través de un país; hoy se lo puede concebir como una competencia deportiva, pero difícilmente como un ejercicio de iniciación en el conocimiento del mundo y de aproximación a sus misterios. Ello tampoco equivale a que ese tipo de relación con el mundo haya quedado atrás sin remedio, porque el porve­nir es inescrutable, y bien podría estar lleno de aldeas sumer­gidas en la naturaleza o fanatizadas contra la tecnología, como hoy lo imaginamos, lleno de torres electrónicas, de naves vola­doras personales y de hogares robotizados. Hija y madre de nuestra realidad, la imaginación es dócil al influjo de las circuns­tancias, y contra la creencia de que la fantasía es flor de la anti­güedad, está claro que cada época se aproxima de un modo par­ticular a la invencible extrañeza del mundo.
X

La frase de Chesterton hablaba de dragones. Estos fueron durante siglos tan familiares para los humanos como los ánge­les y los duendes: sin embargo, no hace mucho, un gran amante de la literatura fantástica declaraba que en las obras modernas suelen incomodarnos los dragones, que a veces basta su men­ción para contaminar un relato de irrealidad. En un libro festi­vo de imaginación, la obra Ciberiada de Stanislaw Lem, hay un relato paródico sobre «dragonológía», hecho por alguien que al modo de Cervantes quiere ironizar sobre la ficción, y declara que de acuerdo con la ciencia moderna no sólo se sabe ya todo de los dragones sino que se ha llegado a clasificarlos con preci­sión en tres clases: dragones positivos, dragones negativos y dra­gones que tienden a cero. Así, los lenguajes de las matemáti­cas y de la física contemporánea le ayudan a la fantasía humana a burlarse de sí misma.

Es inquietante la aparente imposibilidad de una época para realizar cosas que otras hacían con pasión y con inocencia. Los Griegos creían en sus dioses, los hebreos veían a sus ángeles, Jua­na de Arco hablaba con sus criaturas de los bosques, la Edad Media veía al demonio, nuestros bisabuelos veían a los muer­tos. Walter Otto sostiene que en el caso de los griegos los dio­ses no eran sólo poderes efectivos obrando sobre la realidad, sino que fue a partir de su existencia que ese pueblo desarrolló su arquitectura, su arte, su filosofía, su tragedia, su poesía. Nues­tra edad ve a los dioses griegos como los veía el poeta Schiller en el siglo xvm, como «bellas figuras del país de las fábulas». Se­guramente nos es grato leer que en la cubierta del barco de Odi-seo hay unas alforjas de cuero donde van guardados los vientos: alguien abre por error las alforjas y los vientos furiosos se des­encadenan y hacen zozobrar la embarcación, pero para noso­tros son travesuras de un poeta cordial, las sirenas son bellas for­mas fatales, el descenso del héroe al infierno es una lóbrega e intensa ficción, y no creo que llegue más lejos nuestra fe.

Pero ¿cómo leían, o más bien, cómo oían los griegos estas cosas? ¿Cómo fábulas inverosímiles? Tengo la sospecha de que no es así. Creo que podían creer en ellas, que les prestaban no la pálida fe poética que nuestra época les brinda, sino una fe sólo comparable a la que hoy muestran los niños ante las historias fantásticas. Los griegos, en eso coinciden muchos conocedores de esa cultura, eran en cierto modo como niños. Alguien afir­mó que el enigma que la Esfinge de Tebas le propuso a Edipo ¿Cuál es el animal que camina por la mañana en cuatro patas, al mediodía en dos y por la tarde en tres? Es para nosotros un ingenioso acertijo, pero para ellos debió ser la revelación de la clave monstruosa de nuestra existencia cambiante, el vértigo de las metamorfosis que obra sobre nosotros el tiempo, condensa-do en un símbolo, y debía producir a la vez perplejidad e inquie­tud. No de otro modo ante la representación de una tragedia de Esquilo, en la que el autor había puesto en escena cincuenta furias, varias personas murieron de miedo.

Es imposible hablar de la literatura fantástica sin invocar el recuerdo de nuestra infancia y del modo como influían sobre ella las pompas de la imaginación. Nuestra mentalidad adulta casi no permite proponer y disfrutar con inocencia esas inten-sás e ilustres ficciones. Y sin embargo, aunque no va quedando quien pueda soñar con dragones, esas viejas historias que nos legó la tradición no han perdido su encanto. No seremos capa­ces de crearlas, pero continuamente somos capaces de leerlas y de gozar con ellas. Allí hay una curiosa contradicción: nadie es­cribe ya libros como los que conforman la Biblia, los poemas ho­méricos, Las mil y una noches, los cuentos de hadas medievales, el ciclo del Rey Arturo y sus caballeros de la mesa redonda, o el Cantar de los nibelungos, pero algunos de esos libros volumino­sos nacidos del sueño de pueblos enteros siguen siendo los libros más leídos por los hijos de la modernidad.

Si alguien nos preguntara qué hacer con la historia de Isol­da la bella y su amante Tristán, quien mató un dragón en Irlanda, o qué hacer con la historia del joven Sigfrido, que mató un dra­gón llamado Fafnir en una gruta del norte y después se bañó en su sangre, y que por haberse mojado los labios con esa sangre entendió la lengua de los pájaros, o si alguien nos preguntara qué hacer con los dragones blancos del Ártico, con los dragones par­dos del desierto y con los multicolores dragones del Yang Tze Kiang, que vuelan en bandadas sobre las diez mil montañas de la China y a veces se recortan sobre el atardecer en las cumbres de Pamir, arrojando ociosas llamaradas al viento, nadie reco­mendaría el olvido o la hoguera.

En cambio, los dragones de hoy han palidecido en símbo­los. Un bello y tremendo libro de D. H. Lawrence llamado Apo­calipsis, habla con gran intensidad, y se diría que con vehemen­cia, de ciertos dragones de nuestra época, pero terminamos concluyendo que no son animales, que no tienen sangre verde ni dorada en las venas, que no tienen alas membranosas ni escamas ni garras monstruosas, sino que son símbolos de la amena­zada realidad planetaria. Por todas partes hallamos evidencias de que se ha debilitado nuestra fe. Aunque Henry James logró asustarnos con una equívoca historia de fantasmas que se apo­deran del alma de unos niños, todo en nuestra época termina estando más cerca de la psicología o de la ciencia que de la sen­cilla fantasía, y el más patético de todos los fantasmas de la his­toria es uno que en un relato de Oscar Wilde se esfuerza en vano por asustar a alguien, y fracasa en el empeño de conservar un poco siquiera de decorosa lobreguez en un viejo castillo inglés comprado por gringos incrédulos y pragmáticos. En vano pro­cura salvar la dignidad de lo sobrenatural y de lo siniestro: los hijos del cónsul norteamericano siempre acaban burlándose de su decrepitud y de sus recursos anacrónicos.

Y sin embargo, lo queramos o no, toda literatura es ficción* Toda literatura es una elaboración artificial que finge darnos el mundo mientras sólo nos da una versión ilusoria de él. "Como el mundo no es verbal, toda transcripción verbal del mundo es una fea ilusión, un bienintencionado engaño. Sólo que antes se pro­curaba recrearlo de acuerdo con las leyes de la fantasía, se procu­raba soñar con libertad, haciendo uso de eso que Borges llama­ba, no como una censura sino como una cómplice descripción, la imaginación irresponsable. Tal vez a esos sueños libres, que no se exigían otra cosa que la intensa fe de quien los creaba, se debe la famosa frase de Platón de que los poetas siempre mien­ten, y la oscilación socrática entre el sentimiento de que los poe­tas hablan sólo de lo que no saben y su certidumbre de que hay verdades muy profundas guardadas en la arbitraria fantasía de los poetas, pues éstos, por algún privilegio secreto, son los que saben las cosas sin saberlas, y captan por un movimiento mis­terioso del espíritu los secretos del mundo. Pero hasta los poetas terminaron sucumbiendo a la idea de que la literatura es un ejercicio de la razón, y desconfiando del dictado de la musa o de la diosa, de eso que llamaban los an­tiguos la inspiración. ¿Cuándo abandonamos tal espontaneidad? Creo que podemos invocar aquun momento, que no será por supuesto el momento real de la pérdida de esa inocencia, pero que sí puede simbolizarla. Es aquel momento, a comienzos del siglo XVII, hace ya cuatro siglos, cuando Miguel de Cervantes Saavedra escribió El Quijote. Toda la literatura anterior en Occi­dente parece marcada por la credulidad: todo podía soñarse. La verdad en el interior del libro era absoluta. Los paladines ge­nerosos que recorrían los caminos salvando desvalidos, enfren­tando gigantes, batiéndose en duelo con descomunales guerre­ros que los partían en dos, sólo tenían que recurrir a un bálsamo mágico para soldar otra vez las dos piezas de su cuerpo, y a cabal­gar de nuevo. Por supuesto que la literatura cuidaba la verosimi­litud, la armonía, el rigor. Dante, unos siglos atrás, se esforzaba por darle a toda afirmación una condición de verdad incontesta­ble. Pero Dante se había permitido viajar de la mano de un muer­to por los pozos de gritos y susurros del infierno, por las terra­zas de canciones y de ángeles del purgatorio y por los balcones vertiginosos de los cielos cristalinos, hablando con héroes en lla­mas y con poetas decapitados, con hombres encogidos como garzas en los pantanos y con santos translúcidos, viendo en el infierno serpientes humanizadas y en el firmamento un águila tejida por muchedumbres de bienaventurados, y esperaba que el lector creyera en todo ello por la reposada fe de quien lo cuen­ta. Todo nos lo contó como un hecho, no como un sueño; como un viaje verdadero, con cronología exacta, no como el delirio de un amante viudo. Y lo mismo podemos decir de la saga de los cuentos de hadas de la Edad Media, del Cantar de losnibelun-gos, de los libros bíblicos, de los relatos de caballería que abun­daban por los tiempos en que Cervantes era un viajante empo­brecido por tierras andaluzas, o un esclavo perdido en Argel. El Quijote es uno de esos libros a los que se les atribuye todo: ser
el retrato del alma española, ser la memoria de sus proverbios, haber tipificado las dos maneras posibles de ser humano, haber fundado el realismo, haber fundado la novela, ser la gran saga del individuo, haber fundado la modernidad. Hay algo que yo sé que hizo: despertarnos del sueño sin fisuras de la edad de la . fe y arrojarnos de lleno en la edad de la duda. Después de la edad del Quijote todo en el mundo siguió siendo igual: pero noso­tros ya no pudimos verlo igual, una gran sospecha se había adue­ñado de las cosas.

Pensemos por ejemplo en un gran libro fantástico casi in­mediatamente anterior, el Orlando furioso de Ariosto. Hay en él toda suerte de criaturas fantásticas, de sueños absurdos, de via­jes quiméricos, hay un jinete sobre un potro alado que viaja a la luna. El héroe, que está loco, recupera la razón. Pero al final Ariosto no tiene la rudeza de decirnos que todas esas adorables realidades que vimos en su libro eran producto de la locura de Orlando, hecho que sería tan desagradable como que después de contarnos una historia apasionante el autor nos dijera con una sonrisa vacía: «y entonces me desperté». No: Ariosto, para que no dudemos de la verdad de sus fantasías, incluso convierte en un hecho fantástico la búsqueda de la curación de Orlando: su razón hay que ir a buscarla a la luna, la cura de su sinrazón es también un hecho mágico. Eso es lo que El Quijote no hace. En él, por el contrario, desde el comienzo mismo se nos cuen­ta la verdad triste de que el héroe está loco, de que los otros se burlan de él. Lo que él ve en el mundo es muy distinto de lo que está ocurriendo en la realidad, y se nos permite ver el mundo a través de los ojos disparatados del héroe y de los ojos secamen­te ordinarios de su escudero. Donde el viejo lunático ve gigan­tes, el tosco vecino ve molinos; donde Don Quijote ve ejércitos fastuosamente ataviados y armados, Sancho Panza ve dos reba­ños de cabras y ovejas que por dos extremos de la llanura levan­tan pardas polvaredas.

Lo que hay en El Quijote es lo mismo que hay en el Orlan­do furioso: guerreros, gigantes, ejércitos, reyes, magos, embru- • jos, monstruos. Pero mientras en el Orlando llenan la realidad esas formas fantásticas, en El Quijote todas flotan como una nube sobre un escuálido héroe solitario que está loco; esa realidad má­gica es manifestación de su locura, es un hecho psicológico. Ha nacido la modernidad. También fue Chesterton quien dijo que la diferencia entre la literatura del mundo antiguo y la moderna consiste en que en la antigua el héroe era cuerdo y el mundo es­taba loco, estaba lleno de esfinges, de hidras, de dragones, de gi­gantes, de fantasmas, de hadas, de brujas, de magos y magias; y que en cambio en la moderna el mundo es tediosamente nor­mal pero el héroe ha enloquecido. Y es verdad que desde el Re­nacimiento la locura ha sido de un modo creciente la condición de los grandes personajes literarios. Ya he dicho que antes del Quijote la locura, por ejemplo en Orlando, era también un hecho mágico. A partir del Quijote, es la negación de la magia. A par­tir de las cosas aún inexplicadas plenamente que ocurrieron en ese complejo Renacimiento europeo, el hombre siguió soñando, pero ya no pudo creer plenamente en la verdad de su sueño: allí se inauguró la sospecha de que «ese cielo azul que vemos/ ni es cielo, ni es azul/ ni es verdad tanta belleza». Los héroes clá­sicos de la modernidad son Hamlet, el Rey Lear, el Príncipe Michkine, Gregorio Samsa. El uno, además de estar loco tras haber visto el fantasma de su padre, se finge loco para preparar una venganza que termina siendo una mortandad; el otro pasa de rey a mendigo demente y vagabundo; el otro se va hundien­do en un mutismo y una quietud desesperantes; el otro despier­ta en su lecho convertido en un monstruoso insecto. No sé si otros lectores compartirán mi sensación de que las metamor­fosis de los relatos antiguos eran deleitables, como cuando Cir­ce transforma a los compañeros de Ulises en cerdos, y que en cambio la metamorfosis de Kafka produce una desolada incomodidad. Si no sabemos cuál es la causa de esa mutación tam­poco sabemos cómo revertiría. Así, mientras la metamorfosis de Hornero es un hecho momentáneo, contingente, que en reali­dad no deja huellas, la de Kafka es un hecho definitivo, con el que hay que cargar para siempre.

Propongo una explicación. El creciente realismo de las li­teraturas del mundo ha ido prolongando, y a veces anticipando, las revelaciones de la ciencia sobre nuestra condición. Hace cin­co siglos recibimos la noticia de que nuestro planeta no era el centro del universo sino una esfera infinitesimal perdida en un recóndito suburbio del universo. Hace menos de dos siglos, la noticia de que no éramos ángeles caídos de un espléndido drama cósmico, sino hijos de la tierra, una prolongación, provista de conciencia y lenguaje, de las salamandras y de los peces. Hace un siglo, la noticia de que nuestra conducta no es exactamente fruto de nuestra soberana voluntad sino de un abigarrado tejido de causas físicas, químicas, culturales y fisiológicas, de eso que llama un filósofo el azar, el destino y el carácter. Esa informa­ción hoy indiscutida, llegó también en todo el mundo a los crea­dores y a los soñadores. «Durante cuánto tiempo nos engaña­ron», escribió en uno de sus poemas el infatigable Walt Whitman. Durante la Edad Media la humanidad europea había vivido en un universo fantástico. Sus magos, sus dragones, sus gigantes, sus hadas y sus gnomos eran el complemento cotidiano de un mundo en el que el ser humano occidental creía en cosas asom­brosas. Creer en un Dios todopoderoso, en un demonio que reina sobre pozos de fuego, creer en un alma inmortal y en un cielo donde habitan los espíritus después de la muerte, todo ello supone vivir en un universo fantástico. De todas esas grandes fantasías, es especialmente conmovedora la idea de que todo en el mundo ha sido minuciosamente prefigurado por una mente cósmica que ha contado cada uno de los cabellos de nuestras ca­bezas y que tiene escritos en su libro todos los pormenores de un futuro que nosotros no podemos adivinar aunque esté a mi­nutos de distancia.

Yo diría que ése es el universo que se ha ido derrumbando con las revelaciones del pensamiento contemporáneo. Desde cuando Giordano Bruno habló del infinito universo y los mun­dos, el cielo físico se ha llenado de abismos y ya sólo parecen caber en él las descripciones de la astronomía, las cabelleras he­ladas de los cometas y el rumor de insectos eléctricos de los sa­télites que nos vigilan noche y día. Desde cuando los teóricos de la evolución nos revelaron nuestros asombrosos orígenes y nos hicieron parientes de los monos y de los pájaros, el hom­bre, que era un ángel caído desterrado de su patria eterna, empe­zó a sentir que tal vez no hay un cielo que nos espera, que tal vez no hay más que este universo breve e innumerable y que te­nemos que buscar la felicidad en él, y los más alarmados se acos­taron una noche sintiéndose dioses y se despertaron en su cama convertidos en insectos monstruosos. Desde cuando nuestra conducta dejó de ser asunto de fidelidad a unas leyes escritas en el mundo por la divinidad o por su amanuense en unas tablas de piedra, ya no sabemos muy bien en qué fundar nuestros prin­cipios de la justicia, de la verdad, del bien e incluso de la belleza. Todo es incertidumbre, todo es inquietud, todo es perplejidad. Ya no nos es fácil tejer variaciones sobre esas criaturas y fenóme­nos que durante siglos encarnaron el rostro armonioso de nues­tros sueños.

Sin embargo, repito que no es el horizonte de la fantasía lo que se ha esfumado ante nuestros ojos, sino un orden mental particular. El principal cambio que se ha ido obrando en el or­den de nuestra civilización, es la pérdida de fundamento para la idea de que la realidad está dividida en un mundo material y un cielo espiritual, de que el ser humano está dividido de un modo tajante entre un cuerpo material sujeto a la muerte y un alma inmortal. El crepúsculo de ese orden histórico, que fue la fuente de los materialismos y de los espiritualismos, no nos deja desamparados de imaginación, pero nos vuelve hacia for­mas de la imaginación que parecían olvidadas o definitivamen­te perdidas. El auge del moderno individualismo es fruto de la idea de que el espíritu humano es la más alta expresión de la rea­lidad, es fruto del supuesto cristiano de que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios y de que es la criatura superior de la naturaleza. Pero tal vez ahora se cierne sobre el horizonte una nube de invenciones muy distintas a las que hemos conoci­do en los últimos siglos, y que se parecerán más al animismo de los pueblos indígenas, a la búsqueda de los poderes divinos y fan­tásticos que rigen el mundo natural, y al espíritu de las mito­logías paganas, que a las ilusiones de una supremacía humana, espiritual, científica, técnica, que tendió a hacer de la razón el principal valor de la especie. Las revelaciones de la moderni­dad, que parecían volvernos toscamente realistas y reacios a la fantasía, vuelven a situarnos, sin embargo, en el horizonte pla­netario de la cultura griega presocrática. Es el universo cristia­no el que se ha desdibujado. Lo que ha ido desapareciendo del mundo es el fundamento cristiano de la fantasía. Pero tal vez su partida vuelva a abrir camino al universo pagano de la fantasía, cuya principal característica es que no centra todo en lo huma­no, entiende que la divinidad está en el mundo, devuelve su pámado a la naturaleza, y abandona la idea de la voluntad como causa central de nuestras acciones. Yo quisiera entrever en el confín de la historia el retorno de la imaginación colectiva, la superación de esa edad de individualismo donde todo sueño ten­dió a vivirse como delirio personal y como pesadilla. La supera­ción de la edad en que el héroe está loco, y el ingreso en una edad en que el héroe esté cuerdo y el mundo vuelva a estar lle­no de poderes fantásticos.

Se dice que en el principio de la poesía está el mito, y así mismo en su fin. Llamamos mitos al sistema de explicaciones sagradas que le permiten a toda civilización habitar el universo, Mientras no se haya construido un sistema de mitos no creo que se pueda hablar de una civilización, e incluso es muy probable que no se pueda hablar de humanidad. Los mitos son grandes trazos, grandes figuras, complejos diseños por los cuales la hu­manidad interpreta el orden del universo y gobierna su propia existencia. Pero el orden mítico en que estamos inscritos parece agotarse. Hoy, por todas partes, la humanidad busca desespera­damente respuestas que no se limiten a asuntos prácticos inme­diatos, respuestas en las que pueda basarse su conducta, verda­des que le den un sentido, en la doble acepción de rumbo y de significado, a la aventura de la civilización. Tal vez el hecho in­dudable de que la humanidad está por primera vez unida por la conciencia común de formar parte de un todo, verdad que an­tes era borrada por la pertenencia ciega a naciones y tribus, por la subordinación a los poderes gentilicios, y la conciencia profun­da de que el planeta es nuestra frágil morada común, hagan surgir el nuevo sistema de mitos y de sueños compartidos que, en la orilla de esta época de violencia y de desorden, abra un fu­turo para todos. La gran pregunta será como aliar las verdades particulares de los pueblos con la gran verdad planetaria, en una época en la que, como dijo Borges, el centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; cómo aliar las conquis­tas irrenunciables de la razón con la necesidad de lo divino; el orden refinado de la cultura con el orden inexplicado de la natu­raleza; los progresos de la historia con las intemporalidades del mito. Pero creo que necesitaremos de toda nuestra imaginación y de toda nuestra fantasía para construir un universo mental por el que valga la pena luchar, en el que valga la pena vivir. Tal vez ése sea el sentido profundo de nuestra literatura fantástica: ser el refugio de la imaginación en tiempos de escepticismo, pero también la región donde se gesta la salud emocional del futuro.

POR: Fernando Ospina

viernes, 26 de octubre de 2007


INDUSTRIA CULTURAL: CAPITALISMO Y LEGITIMACIÓN.



Es en el nazismo es donde se develan los interés reales del capitalismo, ya que pone al descubierto su textura política, y cultural, visualizándose como estos elementos tienden a resquebrajar casi en su totalidad, por lo que la crítica humanista se redimensiona como lugar estratégico de la cultura.



Esta crítica se hace desde el punto de vista sociológico, emancipando la sensibilidad humana, el sentir emocional que tiene lugar en el sujeto, trastocando el ser intimo que yace en el hombre y que ante la frialdad del nazismo, del poder hegemónico y del capitalismo, se desvirtúa y tiende a ser subyugado. Es así como las posturas analíticas de pensadores como Horkheimer, de Adorno, de Benjamín esta posición “toca fondo”[1].



Esta reflexión dada por estos pensadores, pone de manifiesto como, y según lo evidencia Barbero, “los procesos de masificación van a ser por primera vez pensados no como sustitutivos, sino como constitutivos de la conflictividad humana.”[2] El acontecer del ser humano se determina en esta instancia de la historia como un proceso dado por el transcurso de industrialización mercantilizadora, que tiene lugar en el momento nazista y de la post- guerra, por lo que para el pensador se hace necesario indagar y cuestionar sobre el trasfondo humano, lo que se oscurece en el presentarse capitalista, la sed de poder económico. Por lo que la problemática social y por ende cultural se convierte en núcleo central de análisis. Para ello se plantea en la escuela de frankfut, partir de lo referenciado en los medios de comunicación existentes en la época y lo sitúa en el centro del debate filosófico, en otras palabras, cuestionan la cultura, la realidad humana, lo que se conoce como una praxis filosófica.



El pensamiento de Adorno y Horkheimer, están en continua tensión con las formas de la cultura, con las totalidades de aquello que se nombra como masa, la reflexión filosófica se busca en estos horizontes, los diversos sentidos que tiene la cultura capitalista, en las actividades industrializadas que se generan en el momento, y la adhesión del sujeto a estos procesos. Los pensadores de la escuela de Frankfurt, se plantean la crítica reflexiva en cuanto al desplazamiento del hombre, no como un mudar de lugar o de sitio sino en el giro que se hace desde y en el interior de la masa, haciendo posible el estudio de los sujetos desde sus relaciones sociales que legitiman el proceso de masificación. Por lo que no queda duda de que a través de dicha reflexión, los pensadores intentan comprender la función de lo móvil y ambiguo de la cultura capitalista, sus preceptos, intervenciones subjetivas y sociales, queriendo de esta manera comprender conceptualmente el acontecimiento esquemático del contexto de aquella época.



El contexto ilustrado por Adorno y Horkheimer, se piensa como lo propone Barbero desde la dialéctica histórica que arranca de la razón ilustrada y desemboca en la irracionalidad que articula totalismo político y masificación cultural como las dos caras de una misma dinámica[3].



Dinámica en la que cohesionan las vertientes humanas, perdiéndose el sentido de la vida y del hombre mismo, donde las cosas se tornan absurdas y vacías, el hombre de la post- guerra se siente adherido a un sistema que no le ofrece una calidad de vida positivo para sí mimo. Que no le ofrece la posibilidad de para sentirse placido con su vida. Tras la dispersión y diversificación de los contenidos culturales el sujeto se siente perdido, el sentir humano se suple por la imbricación entre la producción de cosas y producción de necesidades, por lo que la unidad del sistema se da en la medida en que se redimensiona la cultura de acuerdo al enfoque de la producción en serie, en la sucesión automática ordenada. Producción continua, y constante, el hombre maquinizado, explotado, esclavo del sistema, que a su vez se le genera necesidades, convirtiéndose este sistema en el creador de un hombre productor para beneficio del sistema mismo y producto de dicho sistema.



El problema de esta nueva visión de la cultura radica en que la materialización a la que ha caído el hombre, perdiendo su placer de la vida, en cuanto no suple las necesidades materiales que le ha producido el sistema, el deseo de vivir se dilapida en la medida en que el hombre necesita producir cada vez más productos, para generar ingresos económicos, y de esta manera satisfacer las necesidades materiales, y dicho consumo, conlleva por lo tanto a lucrar el sistema y sus fuerzas de poder.



Estas fuerzas hacen uso de la masificación de los medios de comunicación, poniendo como ejemplo el cine, para subyugar al hombre y crearle un mundo de posibilidades en las que se representa la realidad, ya que conllevan al hombre a tener una visión de su entorno desde las imágenes implícitas en el cine, identificándose con dicha realidad, pero sin permitirse pensarla por sí mismo, y por ende moverse desde sus pensar, sino desde lo dado en la imagen. “el filme no deja a la fantasía ni al pensar de los espectadores dimensión alguna en la que puedan moverse por su propia cuenta con lo que adiestra a sus victimas para identificarlo inmediatamente con la realidad.”[4] El hombre se sumergen en el poder de la imagen, ensueña el mundo de lo visto, por lo que se ve afectado por lo contenido en el filme. Hechos estos que aprovecha las mencionadas fuerzas del poder para dominar al sujeto, atrapar en grandes barrotes su razón y delimitarle el poder de decidir, de pensar, y por lo tanto de ser.



Estos elementos desencadenan en lo llamado por Barbero, la degradación de la cultura en industria de la diversión[5], en la que Adorno y Horkheimer, perciben como el capitalismo articula los dispositivos de ocio a los de trabajo y como el uno se homogeniza en el otro, confluyen tanto el ocio, como el trabajo hacia un mismo fin. Banalizando en palabras de Barbero, hasta el sufrimiento en una lenta muerte de lo trágico, esto es: de la capacidad de estremecimiento y rebelión.[6] El hombre se abandona a la miseria de lo banal, para suplir sus sentimientos, para alumbrar su vida inhumana aunque sea tras la pantalla, para vivir en el onirismo de la imagen, aquellas cosas que por estar sumergido en la industria tras el corre, corre de la producción, no puede vivir. No obstante son estos hechos los que conllevan a hacer del arte también una industria desublimanda, tras la incursión del mercantilismo. Lo que se constituye así en un paso más para desemancipar al sujeto, a la sed de ingresos económicos y a por ende al consumo desmedido, beneficiándose no el sujeto en sí, sino el poder hegemónico de la sociedad que le domina.



Es así como el arte se libera de los juicios morales, del ambito de lo sagrado, se independiza de la bizantinisación opresora, subvención lograda tras la autonomía que el mercado le posibilita, quedando el arte anclado al presupuesto de la economía mercantil. Ya que el precio que debe pagar el arte para mantener su independencia esta delimitado por esta paradójica inclusión capitalista en el arte.



El arte se vuelve mercancía, se aleja de la manifestación de la vida del sujeto, de su poder de creación , de su poder de darle sentido a las cosas desde lo que subyace en este sujeto, llegando el momento en que el arte ya no trasciende en las esferas de lo imposible, de lo fantástico, de lo pueril, de lo dado a unos cuantos. El arte se incorpora en el sistema como un bien cultural, bien al que todo individuo puede acceder, siendo un objeto más para el hombre, quedando en recuerdos el poder que tenia el creador artístico, como dador de sentido de la vida desde su creación, cayendo el arte el la mimesis de la realidad, en postulados sofísticos de la verdad.



El arte sobreviene al lugar donde es generado, a las fuentes donde el autor para crear su obra hallo inspiración. “Lo que parece decadencia de la cultura es su puro llegar así misma.” [7] obedeciendo de esta manera al pedido del consumidor, el pueblo, quien demanda un arte más realista, en el que los significados de la obra estén dirigidos a poner en evidencia las experiencias del pueblo, su sentir natural, sin exagerarlo, ni suavizarlo. Sin embargo para Adorno se hace inconcebible la existencia de una pluralidad de experiencias estéticas, en el que el arte es despojado de su sublimación y es puesto ante el pueblo, y para el pueblo. Ente este, como lo expresa barbero, para el cual el arte se vuelve en el único acceso a la verdad de la sociedad.[8]



En Adorno el arte debe alejarse de ese sentir “goce”, pues el goce lo cohesiona y le lleva a extraviarse de la verdadera sustancia estética. El arte es experiencia, es vivencia, el artista devela su subjetividad en su obra, se desnuda en su creación, por lo que para Adorno el goce se torna un sentir de hombres triviales, por lo que debe ser demolido el concepto de “goce artístico.”[9]



Goce que es necesario para el pueblo, como consumidor activo del arte, por lo que se desvirtúa verdad del arte y parece estar subyugado a las peticiones de los consumidores. Para Adorno esto es un efecto negativo por lo que visualiza la necesidad de imponer la negación como único medio para el arte expresar lo inexpresable: la utopía.[10] Dando de esta manera las pautas para diferenciar lo que es arte y lo que es pastiche, en el cual se imita y se plagia el sentir del artista para combinarlos con elementos vulgares, que tienden a activar el sentir de las masas porque representa y pone de manifiesto el acontecer humano sus vivencias, diferenciándose del arte verdadero en la medida en que este pone en conmoción al hombre, le cuestiona, le indaga, y el pastiche, sólo le divierte, le subordina bajo la dimensión del goce y el placer.



Para el verdadero arte es necesaria la sensación de extrañamiento que se enseñorea en la estética, porque es lo que le permite al hombre pensar, preguntar, interpretar y analizar la obra. El extrañamiento es la condición básica para su autonomía[11]. Por lo que al vincularse con el pastiche, con las fuerzas plebeyas se desintegra el arte. Se pierde su esencia de pureza para volcarse hacia la falacia el sarcasmo, haciendo de la sensibilidad creadora, una aliada de la vulgaridad.









[1] MARTÍN BARBERO, Jesús, de los medios a las mediaciones, pp. 51



[2] IBID, PP. 51



[3] Ibidem, pp, 53



[4] Ibidem, pp, 54. Cita tomada por Barbero de Th. W. Adorno, Dialéctica del iluminismo, pp, 153.



[5] Ibidem, pp, 55.



[6] Ibidem, pp, 55



[7] Ibidem, pp. 57. Tomado por Barbero de Dialéctica del iluminismo, pp. 170.



[8] Ibidem, pp. 59.



[9] Ibidem, pp. 58.



[10] Ibidem, pp. 60.



[11] Ibidem, pp. 60








domingo, 21 de octubre de 2007

NO TE DETENGAS DE Walt Whitman

NO TE DETENGAS

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
"Emito mis alaridos por los techos de este mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros "poetas muertos",
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas ...

WALT WHITMAN

sábado, 20 de octubre de 2007

Capitulo I y II, de los medios a las mediaciones de Jesùs Martìn Barbero.

Medios y mediaciones

“La cultura contemporánea no puede desarrollarse sin los públicos masivos, ni la noción de pueblo- que nace como parte de a masificación social- puede imaginarse como un lugar autónomo.”[1]

La cultura contemporánea esta cobijada por el nutritivo bagaje de imágenes y fuentes de información en los que se desarrolla un simulo de representaciones en las que los individuos se ven referidos además del gran auge de los medios interactivos en donde se recortan distancias y hacen de la comunicación algo más fácil de manipular y por en de de interrelacionarse con las personas, surgiendo la homogenización de los pueblos y unificando las culturas, haciendo del mundo un todo realmente global, en donde los sujetos son esclavos de necesidades materiales y de anhelos en ocasiones absurdos. No obstante Matín Barbero visualiza que la emancipación de los hombres aun es una posibilidad en los “sectores populares urbanos.”[2] En donde las culturas propias se reconocen, se optimizan y se revitalizan, lo que conlleva a que el sujeto se familiarice con su propio entorno. Sin desligarse de los medios de comunicación, pues estos hacen parte de la vida cotidiana, del acontecer actual. Lo que ocurre es que estos sectores populares hacen de ellos un medio para acceder a su cultura para vivenciarla y representasen en ellos, en las canciones, en las mezclas folclóricas con el rock, entre otros. Tipificando y tecnologizando la cultura, de esta manera se fortalece ambos medios y se obtiene la emancipación del sujeto antes mencionada. Y desligándolo de aquellas opresiones políticas vigentes en países como el nuestro, y logran renovar la sociedad, ofreciendo la oportunidad de entrever otros aspectos socio-políticos mucho más positivos que subyacen entre la opresión y la violencia.

Sin embargo en los medios de comunicación se dan tonto estos aspectos positivos, como los negativos de la sociedad actual, mediado entre el conflicto, el mundo ligero como es llamado, y obviamente la intervención ordenadora que generan en el sujeto. Es así como la “la comunicación se nos torno cuestión de mediación más que los medios, cuestión de cultura y por tanto no sólo de conocimientos si no de conocimientos.[3] En los medios de comunicación yace narrada la condición humana, desde una novela como la representación de las emociones, sentimientos, experiencias, sueños y deseos de cualquier mortal, hasta en un noticiero donde se percata la realidad y se hace perceptible lo que de verdad puede hacer el hombre, desde la manipulación violenta de una bomba o una arma, hasta las compacidades intelectuales, y como son puestas en beneficio de los seres vivos. Es por ello que como espectadores, los sujetos se sienten atraídos por lo medios de comunicaciones, ven parte de sus vidas allí narradas, ven como otros realizan los sueños que estos persiguen, y se sienten mas livianos con ello, se ven cuestionados por historias expedientadas por otros, peor también el espectador se desliga de su propia vida, la odia y no le encuentra sentido porque posee necesidades materiales que no puede satisfacer y mientras ama a su icono y lo idolatra se desprecia a sí mismo por no poder ser como él. Siendo este uno de los terribles conflictos que cohabitan en los espectadores al no concientizarse de que tanta veracidad y que tanta falacia existen en discursos implícitos en los medios de comunicación. Conllevando a la degradación subjetiva de los espectadores al dejasen manipular sus conciencias y por ende sus actos, sus necesidades y sus verdaderos deseos, la trampa esta pues en ver dentro de cada palabra que hay escondido, cual es su verdadero significado, hacia donde se dirige la imagen y que es lo que pretende del espectador. La cuestión es pues indagar por lo que como espectador se persigue al ver un programa, una película, usar la Internet, escuchar un tipo de música, y si la pregunta es tan sencilla como un “porque me gusta” entonces hay que ir hasta el fondo del asunto y conocer porque apetece un gusto el realizar los actos antes mencionados. También se debe cuestionar el objetivo que persigue un programa cuando sale al aire, cual es su pretensión, hacia quieres esta dirigido y porque esta dirigido para estos sujetos. La cuestión es la trampa está tanto en confundir el rostro con la máscara”[4]

La educación de hoy no puede desligarse de la intervención que realizan los medios de comunicación en los alumnos, se debe tener en cuenta que son tan formadores los medios de comunicación que hoy circundan al sujeto en cualquier lugar donde este, como lo son los padres, los amigos, los docentes. Los medios de comunicación hacen parte del acontecer del alumno de hoy, hacen parte de su realidad, y debido a ellos es que el alumno hoy sueña con algunas cosas, sus aspiraciones se forjan y se configuran gracias a lo visto en un programa. Por ello se debe cuestionar al alumno sobre los asuntos antes mencionados, conllevarlos a que como antes se hacia cuando se realizaba el análisis de un libro en clase de lengua castellana, a que analice los programas que ve (telenovelas, película, caricaturas, videos musicales), la música que escucha. Pero no un análisis, en el que se cuestione solamente por el tiempo de la obra, el contexto histórico, el nombre de los personajes y un resumen, también debe incluir el tipo de imágenes allí dadas, la fotografía, que le gusto y porque, que trata de decir el texto y que le hubiese gustado que ocurriera, forjando como espectadores que son tanto docente como alumno, sean un poco guionistas, un poco directores, un poco de actores.

Todo ello con el fin de que como espectadores que somos todos no aceptemos todo como se nos da, forjando ese pensar por si mismo que se ha perdido un poco, por los aspectos antes mencionados, como lo son desear lo que otros desean o ya tiene, la figura corporal que otros tiene y que por los rasgos propios no son posibles, haciendo infeliz la existencia, por ende hay que conducir al alumno a juzgar estos aspectos, a que los racionalice y pueda estructurar su vida desde preceptos propios, asimilados por si mismo o si son tomados de algún programa que sea cociente de ello y lo viable que este sea de realizar. De igual manera es necesario observar el discurso de los programas, sus fundamentos conceptuales y hacia donde se dirigen, la axiología implícita en cada programa, es decir, que tipo de valores subyacen en cada programa y que tan real es lo que se narra en estos programas. Para así permitirnos como espectadores saber con cierta certeza de lo que se esta hablando, sin permitirnos manipular tan dócilmente.

I. PUEBLO Y MASA EN LA CULTURA

La obra de Jesús Martín Barbero, de los medios a las mediaciones, en su primer capítulo da un paseo histórico desde el momento en que la noción de pueblo comienza a cobrar un sentido realmente equiparatibo en el movimiento romántico. Cuando las costumbres, hechos y paradigmas del pueblo son tenidos en cuenta en el arte, en las letras, en la organización política del momento. Si recordamos que el romanticismo, parte como movimiento revolucionario, en contra del iluminismo y su menoscabo por la religión, por la imaginación, y ese individualismo radical, por lo que los románticos desean florecer la dimensión emocional, religiosa, creativa y social de la personalidad humana. En el plano artístico y literario, el romanticismo exalta el valor de la naturaleza; en el político, las raíces de la comunidad y del espíritu nacional, por lo que encontrar su expresión en las tradiciones folclóricas, hallando allí múltiples historias para narrar, para redimensionar la sociedad, para visualizar un nuevo esplendor de la cultura. El romanticismo se carga nuevamente de superstición, de ignorancia, y turbulencia, que hace que el ideal del ilustrado se vea pisoteado, pues se barre con ello la explicación racional de las cosas, desde el proceso metódico y lógico de cuanto se halla en el mundo.

No obstante en la ilustración, el sentido del pueblo fue equitativamente tenido en cuenta, a partir de que como pueblo y de acuerdo a lo dicho por Barbero, “designa en el discurso ilustrado aquella generalidad que es la condición de posibilidad de una verdadera sociedad. Pues es por pacto que un pueblo es un pueblo, verdadero fundamento de la sociedad”[5]. En el siglo de las luces o ilustración se da como un momento de cosmopolita, y antinacionalista, en donde el sentir humano era dejado en un segundo lugar, y sólo tenia cabida aquello que por la razón era dado. Es así que para el ilustrado el pueblo es tenido en cuenta como “categoría que permite dar parte, en tanto que aval, del nacimiento del estado moderno”. El “nuevo”sistema político, no se puede concebir sin la participación voluntaria del pueblo, gracias a la cual se da la unificación y la aglomeración de la nación, por lo que el estado democrático se presenta, desde que el pueblo se unifique en pro de un ideal. De esta manera en la ilustración se dan las dos vertientes, una en contra de la tiranía y las restricciones económico- políticas que tienen lugar en los siglos XVIII, y por otro lado esta en contra del pueblo en nombre de la razón[6], como lo señala Barbero.

El ilustrado se percata de la necesidad del pueblo para lograr la hegemonía anarquista en contra del sentido burocrático que tiene lugar en este periodo, pero teme que a su ves esta hegemonía este en contra de la razón que es la mediadora de este proceso, buscando por ende lo manifestado por Barbero “como hacer para ser justos con sus necesidades humanas, sin estimular en el pueblo las pasiones oscuras que lo dominan”. Pasiones que deben ser consecuentes con la razón y no con los instintos, lo que conlleva a que el pueblo como “ignorante” ante el ilustrado se deje pervertir por sus instintos y no sea firme a su razón, por lo que el pueblo es incluido en las decisiones políticas y económicas en cuanto entes abstractos y exclusión concreta en donde se legitiman las diferencias sociales.

Distinción que hace evidenciar como el pueblo mismo le da a la burguesía el poder de acceder a la cultura y que el pueblo en sí no tiene oportunidad de participar, dándose la disparidad entre lo culto y lo popular. En lo que se catalogará “lo popular como inculto y de lo popular…como un modo específico de relación con la totalidad de lo social”[7]. De esta manera el pueblo se ve privado de la riqueza, de la educación, y de lo político, que conlleva a que el pueblo al no poseer bienes materiales, no tiene con que acceder a la educación, que es a su vez el medio para pensar y acceder a lo culto, por lo que el pueblo por ende no puede intervenir políticamente. Los interés burgueses están claros, en tanto que sólo desde fuera puede la razón penetrar en la mentalidad del pueblo, pues si es al contrario el pueblo obviamente se revelaría y el culto sería profanado. La relación entre unos y otros se dará entonces de forma jerárquica, “desde los que poseen activamente el conocimiento hacia los que ignorantes, estos vacíos, sólo pueden dejarse llenar pasivamente”[8].

No obstante los intereses del pueblo no radican precisamente en el saber, Voltaire, citado por Barbero ya lo diría, “son otros los placeres – deferentes a los del saber- y más adecuadamente a su carácter lo que el gobierno debe procurar al pueblo”. Por lo que las prioridades para el pueblo son otras en la mediada de lo que procura emociones sentimentales, que les conduzca a sentir la vida y no a pensarla desde un papel escrito o una ecuación matemática, sometiendo todo a un análisis y a un método que priva la vida ente el pueblo de excitación y goce.

Los románticos sobrevienen sobre este sentir de la vida, enseñándole al pueblo sus fortalezas, revelándole que como colectivo puede ser ese héroe que se levanta del mal, para así reclamar sus derechos, un sustrato cultural y un voz en la unidad política, a si mismo el romanticismo es la reacción en contra de los preceptos ilustrados, el siglo de oro lentamente se ha ido desvertebrando, debido a la fe racionalista y al utilitarismo burgués, que en nombre del progreso han convertido su acontecer en un caos. De allí nace el romanticismo, la idealización y añoranza por el pasado clásico, la revalorización de lo primitivo, e irracional, de las sensaciones humanas y todo el bagaje narrativo y estético que en ellas se resguarda “revalorizando el sentimiento y la experiencia de lo espontáneo como espacio de emergencia de la subjetividad”[9]. Es así como aquello que proviene del pueblo, comienza a ser parte de la cultura, los componentes simbólicos presentes en las tradiciones presentes en el pueblo, lo que conlleva a resquebrajarse la noción de cultura que se tenía, y dando paso a este nuevo significado de lo cultural.

En la cultura romántica tienen acceso tanto los poesía literaria, como la poesía de los cantos populares, como Barbero lo señala, “… la afirmación de lo popular como espacio de creatividad, de actividad y producción tanto o más que en la atribución a esa poesía o a esos relatos de una autenticidad o una verdad que no se hallaría en otra parte”.[10] Para el romántico el arte del pueblo posee tantos matices reales y verídicos, como el dado por los ilustrados literarios, lo que condujo a que en ese momento histórico del romanticismo el ser humano es aceptado en sus distintas dimensiones, sin embargo el idealismo utópico en el que callo el romanticismo, al cavilaba en la perfección de las cosas, enceguecidos ante las dilatadas pasiones humanas y las sensaciones de culpa, angustia, dolor y la presencia de la muerte, hacen que se desvanezca lentamente y sea restituido por un nuevo horizonte histórico.

De esta manera se impone la necesidad orientar el aprendizaje de acuerdo a la estructuración simbólica del mundo, en las que se reafirman la intersubjetividad de las experiencias humanas y como se trastocan unas con otras. Este hecho se da en la medida en que “la cultura se convierte en la pregunta por la sociedad como sujeto”[11]. por lo que se llega a concebir al pueblo en tres dimensiones, el folklore, el cual se dirige en sentido cronológico de las tendencias estéticas y lo que ello acarrea, como las tradiciones, el lenguaje, los ritos, y la axiología estructuralista del pueblo, y su relación con la modernidad, sus distinciones y sus mezclas. Otra dimensión el volkskunde, la cual se enfoca al acontecer geológico de los pueblos, la relación entre los distintos estratos en cuanto a la distribución geológica de la sociedad, en otras palabras, es observar las distintas diferencia y similitudes existentes entre los habitantes de un lugar y otro, de acuerdo a sus diferencias económicas, a sus circunstancias históricas y la homogeneidad dado en un pueblo, proveniente de la misma raza, y participes del mismo habitad. “Ambos imaginarios permiten diferenciar el idealismo histórico, el historicismo que sitúa en el pasado la verdad del presente, de un racismo- nacionalismo telúrico en su negación de la historia. (He aquí la justificación para estudiar el acontecer histórico que realiza Barbero, para llegar a los medios de comunicación y su intervención en el pueblo, en pocas palabras su por qué, y para qué.) Y el último aspecto dimensional el peuple, que en sentido peyorativo, como lo afirma Barbero, es el que designa el populismo, aquello que permanece en la oscuridad del pueblo a la sombra de lo que se llama civilización, ese reverso de la sociedad, al que temen los burgueses, como lo explicita Barbero, que se hace soslayable para la sociedad “culta”.

La inclusión de lo popular en el movimiento romántico, aunque se visualiza como algo positivo, somete al pueblo a no poseer una historia real de su estructura estética, la autenticidad de sus obras artísticas se ve agriada por los autores románticos, quienes les retoman pero también les trasgreden a su manera, es decir, toman la historia y la narran de acuerdo a su estilo, sin permitirse a la obra revelarse tal como es, por lo que las verdaderas obras del pueblo quedan fosilizados. Lo rescatable queda entonces como una muestra de lo pasado. Por lo que los románticos terminan aceptando y estando de acuerdo con lo dicho por los ilustrados. “culturalmente hablando el pueblo es el pasado….para ambos el futuro lo configuran las generalidades, esas abstracciones en las que se encarna, realizándolas la burguesía: un estado que reabsorbe desde el centro todas las diferencias culturales, ya que resultan obstáculos al ejercicio unificador del poder y una nación no analizable en categorías sociales, no divisible por clases ya que se halla constituida por lazos naturales de tierra y sangre”[12] No se debe olvidar que la burguesía se consolida por lineamientos de sangre y por ende cada unión conlleva a la unión de un territorio. No obstante debido al surgimeito de la antropología se da el descubrimiento de la cultura primitiva que conlleva a la legitimación de los sofismas coloniales y el fraude al que se ha sometido el pueblo desde sus revolucionarios, el romántico, el ilustrado, hasta sus campesinos. Evidenciando el proceso histórico, humano, social y cultural al que se ha sometido el pueblo.



[1] De los medios a las mediaciones. Matin Barbero. Tomado del Prologo de Néstor García Canclini, pp. XXIII

[2] Ídem, pp. XXIV.

[3] Ídem, pp. XXVIII.

[4] Ídem, pp. XXIX.

[5] De los medios a las mediaciones. Jesús Martín Barbero, pp. 4

[6] Ibíd., pp. 4

[7]Ibíd. , pp. 5

[8] Ibíd., pp. 6

[9] Ibíd., pp. 7

[10] Ibíd., pp. 8

[11] Ibíd., pp. 9

[12] Ibíd., pp. 11

Poema Futuro de julio Cortazar.


El Futuro
Julio Cortazar
y sè muy bien que no estaràs.

No estarás en la calle,

en el murmullo que brota de noche

de los postes de alumbrado,

ni en el gesto de elegir el menú,

ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes,

ni en los libros prestados

ni en el hasta mañana.

No estarás en mis sueños,

en el destino original de mis palabras,

ni en una cifra telefónica estarás

o en el color de un par de guantes

o una blusa.

Me enojaré, amor mío,

sin que sea por ti,

y compraré bombones pero no para ti,

me pararé en la esquina a la que no vendrás,

y diré las palabras que se dicen

y comeré las cosas que se comen

y soñaré los sueños que se sueñan

y sé muy bien que no estarás,

ni aquí adentro.

la càrcel donde aun te retengo

ni allí fuera, este río de calles y de puentes.

No estarás para nada, no serás ni recuerdo,

y cuando piense en ti

pensaré un pensamiento

que oscuramente trata de acordarse de ti.
Salvo el crepúsculo, Buenos Aires, Ed. Alfaguara, 1996

sábado, 13 de octubre de 2007